“Si Dios existe, por qué vamos a tener miedo a dejarlo todo”

 

Rafael Mota y Rocio Galisteo | Matrimonio misionero enviado a Ucrania

 

 

 Rafael, Rocío e Isaac, padre, madre e hijo, protagonizarán en los próximos días un viaje que de momento no tiene retorno y que está movido por sus profundas convicciones religiosas. La familia ha decidido dejar toda su vida en Jerez para partir a ayudar en una parroquia de una ciudad ucraniana, donde de momento no tienen trabajo ni conocen el idioma, sólo cuentan con un piso de alquiler donde cobijarse y la ilusión de ayudar al prójimo, como marca el Evangelio.

 

La felicidad que desprenden parece inexplicable. No es una determinación fácilmente comprensible y, por ello, es preciso indagar en ello.

 

–¿Cómo se toma esta decisión?

–No es una cosa que se piense en dos días sino que ha sido un proceso en el que, a través de muchos años, el Señor nos ha ido hablando y nos hemos ido conociendo a nosotros mismos a través de la Palabra, de los sacramentos, de la vida en comunidad. Y hemos conocido, así, el amor de Dios que nos manifiesta a su hijo Jesucristo, un Cristo vivo. Hemos pasado de la teoría a la realidad. Y cuando uno encuentra esto es como el que experimenta la parábola del mercader que encontró la perla preciosa. Eso es lo que nos ha pasado, Jesucristo es esa perla, y todo lo demás es relativo. De repente esto se convierte en lo primero. Y es una alegría tan grande encontrar este sentido que no podemos sino compartirlo. –Es el Camino Neocatecumenal el que os ha alentado en este proceso.

 

¿Cómo?

–Por ese medio hemos conocido que Dios nos ama y nos da felicidad en el matrimonio, en la educación de nuestros hijos... Dice el padre Carlos que conocer a Jesucristo es como cuando nos toca la lotería y sentimos ganas de darlo a conocer. Bueno pues eso es lo que ha pasado: con Jesucristo nos ha tocado la lotería. Esto es un regalo que nos hace Dios. Cuando uno toma esta decisión viene gente diciéndonos lo buenos que somos y, verdaderamente, no se trata de eso. No somos tan buenos sino que sentimos el deseo de anunciarlo. Dios nos hace un regalo tremendo concediéndonos la posibilidad de irnos a Ucrania.

 

–Que esto sea más un regalo que una renuncia debe ser lo que menos entiendan aquellos que os rodean, ¿no?

–Sí, claro. Sobre todo en nuestros trabajos. Vivimos en una sociedad materialista en la que se cree en lo que se toca y en lo que se ve y esto, por tanto, descoloca mucho a la gente. Nosotros decimos, como el Papa hace poco, que uno es realmente libre cuando se abandona en Jesucristo. Si tú lo piensas fríamente terminas diciendo que, si la verdad es Jesucristo, todo lo demás no es importante, todo lo demás son esclavitudes de la vida cómoda. Podemos dejarlo todo y no pasa nada. Todo consiste en llegar a un punto: ¿Dios existe o no existe? Pues si existe, por qué voy a tener miedo de dejar un trabajo si mi padre que está en el cielo se va a preocupar de mí. Como Dios existe nos cuidará en Ucrania. No es que todo lo demás no sirva. Hay que trabajar para tener medios con los que vivir pero que si hay que dejarlo no pasa nada.

 

–¿Y cómo vais a resolver esto, por muy secundario que fuera, en Ucrania?

–Lo primero será buscar trabajo allí. A ver qué es lo que surge. Allí el trabajo no es fácil encontrarlo. Menos para nosotros que tampoco conocemos el idioma.

 

–¿El sitio lo habéis elegido vosotros?

–Este ha sido el destino que Dios ha querido. Nosotros estuvimos en una convivencia en Italia de familias en misión. No somos nosotros solos. Este año hemos sido 250 las familias que nos hemos ofrecido. Una de ellas, de San Fernando, la vamos a tener cerca, a unos cien kilómetros de Bila Tserkav que es a donde vamos nosotros.

 

–¿Y cómo andamos de ucraniano?

–Hemos estado estudiando algo con un hermano de las Comunidades Neocatecumenales que es doctor en ruso, porque el ucraniano procede del ruso. Conocemos algunas palabras concretas. Ya Dios nos ayudará. Y sobre todo, nos dicen, nos ayudará nuestro hijo Isaac, porque los niños son los primeros que se hacen con el idioma al relacionarse con otros niños. Ya estuvimos en septiembre, conocimos la parroquia a la que vamos destinados, con el párroco que es un sacerdote polaco. Vimos la zona y alquilamos un pisito sencillito.

 

–E Isaac, ¿no os tiembla el pulso?

–Todo padre quiere lo mejor para sus hijos. Y nosotros no somos menos. Pero pensamos que cumpliendo esta misión con él hacemos lo mejor que, en el deseo de darle una educación cristiana, podemos hacer. Estamos haciéndole un bien. ¿Te imaginas lo que, a nivel de madurez, va a aportarle una experiencia como ésta? Esa es la mejor herencia que podemos dejarle. Humanamente, como madre, no puedo dejar de pensar en cómo le irá al niño allí. Mentiría si te dijera que no hay cierta preocupación pero cuando lo razono llego a la conclusión de que Dios, que nos ha dado a Isaac, será mejor padre que nosotros para él. Él lo cuidará.

 

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