«Homilía del Papa Juan Pablo II

durante la eucaristía celebrada en Porto San Giorgio

por el envío de las familias para la "Nueva Evangelización"

30 de diciembre de 1988 (Fiesta de la Sagrada Familia)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por esta pobre realidad del nacimiento del Dios, en Belén, de la Noche de Belén, de Maria y de José, se revela el gran misterio de la Trinidad en misión.

¡He aquí nuestro Dios, he aquí nuestro Dios! ¡Inefable misterio!

Así nosotros tenemos que hablar, nosotros tenemos que confesar, testimoniar, sabiendo nuestra insuficiencia delante del inescrutable misterio de Dios, unidad divina, unidad de la Divinidad y al mismo tiempo unidad de la comunión.

Durante este período navideño la Santa Madre Iglesia nos hace celebrar hoy otro misterio humano: la Sagrada Familia de Nazaret.

Nosotros contemplamos esta realidad, este misterio de la Trinidad en misión: la contemplamos durante el período navideño con una especial profundidad e intensidad y con una inmensa alegría porque esta misión - el Verbo enviado al mundo para hablarle en persona de su Padre, de la realidad divina, el Verbo viene en esta noche como un recién nacido humano, pobre, desnudo de todo: desnudo ya en este momento - no pudo nacer de otro modo.

Ninguna riqueza humana pudo ofrecer un contexto adecuado al nacimiento humano del eterno Hijo de Dios. Sólo aquella pobreza, aquel abandono, aquel Belén, aquella noche de Belén pudo serlo. Ha sido justo que no haya podido encontrar alojamiento en esta ciudad. Queridos, nosotros contemplamos esta realidad divina, la Santa Trinidad en misión, y al mismo tiempo sentimos como son insuficientes nuestros humanos conceptos, nuestras pobres palabras humanas para hablar de este misterio. Pero aquél que allí ha sido enviado, el Verbo, viene para hablar y también viene para hacer hablar. Más bien, ha escogido a los más simples para retomar esta Palabra, esta Palabra divina: ha escogido a los más simples. Tenemos que decir que hoy contemplamos la Familia en misión, porque la Sagrada Familia no es otra, es esta: la humana familia en misión divina. Y aquí, esta familia humana como una comunidad más pequeña, se muestra, al mismo tiempo, como una gran comunidad humana que se encuentra en misión divina: ésta es la Iglesia.

La Iglesia, sobre todo en el Vaticano II, ha reconocido su carácter de familia y el su carácter misionero.

Es una gran familia en misión. Dentro de esta gran Familia-Iglesia se encuentra cada familia humana , cada comunidad familiar como familia en misión. Ustedes han hablado mucho de la familia como sociedad más pequeña, más básica y todo esto es verdadero.

Pero cuando vemos el misterio principal constituido por la Trinidad en misión, podemos ver una familia también en misión. Y su misión es verdaderamente fundamental, fundamental por la misión divina del Verbo, por la misión divina del Espíritu Santo: es fundamental.

La misión divina del Verbo es hablar, dar testimonio del Padre.

Es importante la familia que habla por que revela como primicia este misterio, que da testimonio de Dios Padre delante de las nuevas generaciones. Su palabra es más eficaz. Así cada familia humana, cada familia cristiana, se encuentra en misión. Ésta es la misión de la Verdad. La familia no puede vivir sin Verdad, más bien ella es el lugar en el que existe la sensibilidad extrema por la Verdad.

Si falta la Verdad en la relación - marido, mujer, padres, madre, hijos - si se la echa de menos se rompe la comunión, se destruye la Misión.

Todos vosotros sabéis bien como esta comunión de la familia es realmente sutil, delicada, fácilmente vulnerable. Y así se refleja en la familia, junto con la misión del Verbo, del Hijo, también la misión del Espíritu Santo que es Amor.

La familia está en misión, y esta misión es fundamental para cada pueblo, para la humanidad entera; es la misión del amor y de la Vida, es el testimonio del amor y de la Vida. Queridos, yo he venido aquí muy de buena gana. He acogido gratamente vuestra invitación en la fiesta de la Sagrada Familia para rogar junto a vosotros por lo más fundamental y más importante en la misión de la Iglesia: para la renovación espiritual de la familia, de las familias humanas y cristianas de cada pueblo, en cada nación, especialmente quizás en nuestro mundo occidental, más avanzado, más marcado con las señales y los beneficios del progreso pero también de las faltas de este progreso unilateral.

Si se tiene que hablar de una renovación, de una regeneración de la sociedad humana, más bien de la Iglesia como sociedad de los hombres, se tiene que empezar de este punto, de esta misión.

Iglesia Santa de Dios, tú no puedes hacer tu misión, no puedes cumplir tu misión en el mundo, si no por la familia y su misión.

Ésta es la finalidad principal por lo que he acogido vuestra invitación a estar juntos y rogar juntos sobre todo en este entorno compuesto por las familias, por los novios, por los niños, sobre todo de familias itinerantes.

Es una cosa bonita. Vemos que también la Familia de Nazaret es una familia itinerante. Y lo ha padecido, ya desde los primeros días de vida del Divino Niño, del Verbo Encarnado. Ella tuvo que convertirse en familia itinerante, sí, itinerante y también refugiada. Muchas realidades dolorosas de nuestro tiempo - el  de los refugiados, por ejemplo, o el de los emigrantes - a son características presentes en la Sagrada Familia de Nazaret. Pero para vosotros ella es sobre todo una Familia itinerante porque va por todas partes: va a Egipto, vuelve a Nazaret, va Jerusalén con Jesús a la edad de doce años, siempre va como itinerante para llevar un testimonio de la misión de la familia, de la divina misión de una familia humana.

Yo pienso que vosotros como familias itinerantes, neocatecumenales, hacéis lo mismo, siendo la finalidad de vuestra itinerancia llevar a cualquier parte, en los ámbitos más descristianizados el testimonio de la misión de la familia.

Es un testimonio grande, humanamente grande, cristianamente grande, divinamente grande porque tal testimonio, la misión de la familia, es inscrita por fin en el surco de la Santa Trinidad.

No hay, en este mundo, otra imagen más perfecta, más completa que aquél que es Dios: Unidad, Comunión. No hay otra realidad humana más parecida, más humanamente parecida a aquel misterio divino.

Y así, llevando como itinerantes el testimonio que es propio de la familia, de la familia en misión, vosotros lleváis a cualquier parte el testimonio de la Trinidad Santa en misión. Y así hacéis crecer la Iglesia porque la Iglesia crece de estos dos misterios.

Como nos enseña el Concilio Vaticano II, toda la vitalidad de la Iglesia viene principalmente, de este misterio, de este misterio de la Trinidad en misión. Por otra parte llega el testimonio de la familia en misión que trata de caminar sobre los huellas de la Trinidad en misión.

Y tan también se ofrece un mensaje, el mensaje de Belén, el mensaje navideño, alegre. Sabemos que este mensaje, según las tradiciones y las costumbres, siempre está unido a las familias humanas, es la fiesta de la familia.

Se tiene que dar a esta fiesta un sentido profundo, una dimensión llena, humanamente llena, porque este misterio humano, esta realidad humana de la familia ha arraigado en el misterio divino, en el misterio de Dios comunión. Vosotros sois comunión, comunión de las personas como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sois comunión de las personas, sois unidad. Sois unidad y no podéis no ser unidad. Si no sois unidad no sois comunión; si sois en cambio comunión, sois unidad.

Hay muchas familias en este mundo avanzado, rico, opulento que han perdido la unidad, han perdido la comunión, han perdido las raíces. He aquí que vosotros sois itinerantes para llevar el testimonio de estas raíces; ésta es vuestra catequesis, éste es vuestro testimonio neocatecumenal: así se habla de la fructificación del Sagrado Bautismo.

Sabemos bien que el Sacramento del Matrimonio, la familia, todo esto crece en el Sacramento del Bautismo, de su riqueza. Crecimiento del Bautismo quiere decir crecer del misterio pascual de Cristo. Por el Sacramento del agua y el Espíritu Santo, somos sumergidos en este misterio pascual de Cristo que es su muerte y su Resurrección.

Somos sumergidos para hallar la plenitud de la vida y la plenitud de la persona, pero al mismo tiempo, la dimensión de la familia - comunión de personas - para llevar, para inspirar con esta novedad de vida los entornos diferentes, las sociedades, los pueblos, los culturas, la vida social, la vida económica... Todo esto es por la familia.

Vosotros tenéis que ir por todo el mundo a repetir que todo es por la familia, no a costa de la familia. Sí, vuestro programa tiene que ser plenamente evangélico, atrevido, atrevido en testimoniar y atrevido en preguntar, en preguntar delante de todos, sobre todo delante de nuestros hermanos, delante de las personas humanas, delante de las nuestros hermanos, a todas estas familias, a todas estas parejas, a todas estas generaciones.

Pero también delante de los otros. Con este gran testimonio, la familia en misión como imagen de la Trinidad en misión, se tiene que llevar también antes que un programa diría sociopolítico, socioeconómico. La familia es implicada en todo esto y puede ser ayudada, llevada adelante, privilegiada o puede ser destruida. Debéis, con todos vuestras oraciones, con vuestro testimonio, con vuestra fuerza, ayudar a la familia, tenéis que protegerla contra la destrucción. No hay otra dimensión en la que el hombre pueda expresarme como persona, cómo vida, como amor, se tiene también que decir que no existe otro lugar, otro entorno en el que el hombre pueda ser más destruido.

Hoy se hacen muchas y cosas para normalizar estas destrucciones, para legalizar estas destrucciones; destrucciones profundas, heridas profundas de la humanidad.

Se hace mucho para arreglar, para legalizar. En este sentido se dice proteger.

Pero no se puede proteger realmente a la familia sin entrar en las raíces, en las realidades profundas, en su íntima naturaleza; y su naturaleza íntima es la comunión de las personas a imagen y semejanza de la comunión divina. Familia en misión, Trinidad en misión. Queridos, no quiero continuar, no quiero alargarme. Os dejo estas reflexiones, que me vienen tan espontáneamente. Hoy es el día en el que debe hablarnos sobre todo la Sagrada Familia, y éste es mi humilde ruego: que la Sagrada Familia de Nazaret, por nuestra asamblea, por nuestros cantos por nuestras oraciones y también por esta mi palabra, nos hable a todos.

Amén.

 

 

Alabado sea Jesucristo.

 

Queridos, estamos viviendo el período navideño. En este período vivimos en la fe el gran misterio divino, el misterio de la Santa Trinidad en misión.

Se supo, y se confirma, que Dios es uno y único. También podemos aceptar cuanto dijo Pablo al Aeropago, que Dios es aquel absoluto espiritual en quien vivimos, en quien nos movemos, en quien existimos.

Pero no se supo, y hoy es aceptada con dificultad, la profunda realidad del Dios Trinidad, aquel en quien vivimos, y nos movemos.

Y Él, Trinidad en misión, no es solamente un ente absoluto, supremo a todo, es el Padre en su infinita e inescrutable realidad que engendra, de la eternidad sin principio, su Verbo. Y por su Verbo vive el inefable misterio del amor, que es una persona y no solamente una relación interpersonal; es una persona, el Hijo engendrado, Espíritu, amor exhalado. La Navidad nos recuerda cada año este misterio de la Trinidad en misión, en la noche de Belén, esta misión del Hijo, enviado por el Padre para traernos el Espíritu que ha sido concebido por la Virgen. Viene para traernos éste Espíritu.

He aquí, la Noche de Navidad es esta noche en que la realidad del Dios - comunión, unidad de la Divinidad, unidad absoluta, unidad de la comunión, se acerca a nuestra mente humana, a nuestros ojos, a nuestra historia y se hace visible. Se vuelve visible el misterio escondido, el "Mysterium absconditus a sæculis", el misterio escondido desde siempre es revelado, se hace visible.

© camino-neocatecumenal.org 2002

postmaster@camino-neocatecumenal.org

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