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Condenado al martirio

El Emperador Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria sobre el arresto de San Ignacio y su entrevista personal con el emperador. Sin embargo, desde época muy remota nos llega el interrogatorio al que fue sometido:

 

-"¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?"

-"Nadie llama a Teóforo espíritu malvado", respondió el santo.

-"¿Quién es Teóforo?.

-"El que lleva a Cristo dentro de sí".

-"¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?", preguntó el emperador.

-"Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son sino diablos", replicó Ignacio. "Hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido".

-"¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?".

-"Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por quienes lo llevan en el corazón".

-"¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?

-"Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos".

Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir en Roma, San Ignacio exclamó: "te doy gracias, Señor, por haberme permitido darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí, como tu apóstol Pablo".

 

Itinerario hacia el martirio en Roma

(según las "actas" del martirio)

 

San Ignacio rezó por la Iglesia, la encomendó con lágrimas a Dios, y con gusto se sometió a los soldados para ser encadenado y llevado a Roma.

 

En Seleucia, puerto de mar, situado a unos veinticinco kilómetros de Antioquia, se embarcaron en un navío que fue costeando el Asia Menor. Algunos de sus fieles de Antioquia tomaron un camino más corto y llegaron a Roma antes que él y ahí le esperaron.

 

Durante la mayor parte del trayecto acompañaron a San Ignacio el diácono Filón y Agatopo, a quienes se considera autores de las actas de su martirio. Durante el viaje San Ignacio iba vigilado día y noche por diez soldados que, según el santo, eran como "diez leopardos". Añade "iba yo luchando con fieras salvajes por tierra y mar, de día y noche" y "cuando se las trataba bondadosamente, se enfurecían mas".

 

Las numerosas paradas, dieron al santo oportunidad de confirmar en la fe a las iglesias cercanas a la costa de Asia Menor. Dondequiera que el barco atracaba, los cristianos enviaban sus obispos y presbíteros a saludarlo, y grandes multitudes se reunían para recibir su bendición. Se designaron también delegaciones que lo escoltaron en el camino. En Esmirna tuvo la alegría de encontrar a su antiguo condiscípulo San Policarpo; al obispo Onésimo quien iba a la cabeza de una delegación de Efeso; al obispo Dámaso, con enviados de Magnesia, y el obispo Polibio de Tralles. Burrus, uno de los delegados, fue tan servicial con San Ignacio, que éste pidió a los efesios que le permitieran acompañarlo.

 

Desde Esmirna, el santo escribió cuatro cartas. Los guardias se apresuraron a salir de Esmirna para llegar a Roma antes de que terminaran los juegos, pues las víctimas ilustres y de venerable aspecto, eran la gran atracción en el anfiteatro. El mismo Ignacio, gustosísirno, secundó sus prisas. Enseguida se embarcaron para Troade, donde se enteraron de que la paz se había restablecido en la Iglesia de Antioquia. En Troade Ignacio escribió tres cartas más. Una a los fieles de Filadelfia.

 

De Troade navegaron hasta Nápoles de Macedonia. Después fueron a Filipos y habiendo cruzado Macedonia y el Epiro a pie, se volvieron a embarcar en Epidamno (el actual Durazzo en Albania).

 

Según las Actas, al aproximarse el santo a Roma, los fieles salieron a recibirlo y se regocijaron al verlo, pero lamentaron el tener que perderlo tan pronto. Como él lo había previsto, deseaban tomar medidas para liberarlo, pero les rogó que no le impidieran llegar al Señor. Entonces, arrodillándose con sus hermanos, rogó por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la caridad y concordia entre los fieles. Según la misma leyenda, Ignacio llegó a Roma el 20 de diciembre, último día de los juegos públicos, y fue conducido ante el prefecto de la ciudad, a quien se le entregó la carta del emperador. Después de los trámites acostumbrados, se le llevó apresuradamente al anfiteatro flaviano. Ahí le soltaron dos fieros leones, que inmediatamente lo devoraron, y sólo dejaron los huesos más grandes. Así fue escuchada su oración. No hay seguridad sobre los detalles de la narración pero sí del hecho de su martirio, ocurrido en el año noveno del emperador Trajano.

 

Parecería para muchos espectadores que San Ignacio era tan solo uno mas que moría en aquellos juegos diseñados para saciar la morbosidad de las turbas. Sin embargo el era el gran vencedor en un reino mucho mas sublime y duradero que el de los emperadores romanos.

 

Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes, atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo. (Epístolas de San Ignacio a los Romanos)

 

Restos del santo son llevados a Antioquia

Los restos del mártir, fueron llevados a Antioquia donde para ser venerados, al principio de un modo que no llamara la atención "en un cementerio fuera de la puerta de Dafnis". Esto lo refiere San Jerónimo, escribiendo en 392, y sabernos que él había visitado Antioquia.

 

 

                               San Ignacio de Antioquia "Epístola a los filipenses"    

 

 

Biografía

 

Habiendo nacido en Antioquia en el siglo I, San Ignacio fue discípulo del Apóstol San Pablo y sobre todo del Apóstol San Juan.

 

Consagrado obispo por los Apóstoles

San Ignacio de Antioquía fue el tercer obispo de Antioquía, Siria, siendo San Pedro y San Evodio los dos primeros (Eusebius, "Hist. Eccl.", II, iii, 22). San Juan Crisóstomo ("Hom. in St. Ig.", IV. 587) escribe que San Ignacio fue consagrado obispo de manos de los Apóstoles Pedro y Pablo. Según Theodoret, Ignacio fue asignado obispo de Antioquia por San Pedro. (Theodoret, "Dial. Immutab.", I, iv, 33a, Paris, 1642.)

 

Antioquia era la tercera ciudad mas importante del imperio, después de Roma y Alejandría. También era una de las iglesias mas importantes e influyentes. Habían en Antioquia muchos cristianos de procedencia judía que huyeron de la destrucción de Jerusalén ocurrida en el 70 AD.